“Usted, director(...), usted maestro(...), usted maestra(...), usted profesor(...), tiene que estar pendiente de la integralidad de la formación de sus alumnos, que son como hijos, como hijos todos por igual, sean blancos, negros, ricos, pobres, lo que sean, son los hijos de la patria, hijos de todos nosotros”.
Hugo Chávez, discurso con motivo de los primeros cien días de gobierno, Palacio de Miraflores, Caracas, 13/5/1999.

La Cucarachita Martínez y Ratón Pérez




Estaba la Cucarachita Martínez barriendo el sótano de la cueva bajo la mirada vigilante y ceñuda de Misia Rata, cuando se encontró un mediecito. En el primer instante palideció: quedó inmóvil, fría de emoción, las dos manos temblorosas apoyadas en el palo de escoba y el corazoncito disparado en loco vértigo. ¡Ay de ella si hubiese perdido la serenidad!

La Cucarachita Martínez, rápida como una lanzadera de telar, había recogido el mediecito del suelo y lo guardó en el bolsillo del delantal.

¿Es verdad que la Cucarachita Martínez se encontró un mediecito? -preguntó el Cocuyo, apareciendo por la ventana.

-Sí, es muy cierto -contestó el Doctor Burro-. La versátil diosa de la fortuna ha querido hacerle don de uno de sus alígeros favores, y ha nimbado su casta frente con el áureo resplandor de la riqueza.

El Doctor Burro sacudió las largas orejas, muy satisfecho; se sacó del bolsillo interior de la levita una libreta con lapicero de oro, unidos ambos por una cadena también de oro; se acomodó los lentes y apuntó la frase que acababa de improvisar. Sería una lástima que se perdiera, e hizo el propósito de desarrollarla luego en un hermoso discurso que pronunciaría en la Academia.

-Mí queridísima Cucarachita, ¿cómo estás? ¿Cómo te va? Dichosos los ojos que te ven. ¡Ay niña! Pero si estás de lo más bien... ¿Cómo haces tú para lograr milagros de belleza? ...

La Cotorra hablaba desbocadamente, emanando perfumes diversos y penetrantes, con una carterita de lentejuelas azules en una mano y en la otra una larguísima boquilla, en cuyo extremo humeaba un cigarrillo perfumado-.

Precisamente, continuó- tengo algunas “toilettes” encantadoras que te harán mucho favor con ese talle cimbreante que tienes. ¿Por qué no te acercas un momentico hasta mi casa de modas? ¿Sabes?, tengo un establecimiento muy “rrafiné”. Se llama el "Desván Bleu”

-¿Tengo el honor de hablar con la Cucarachita Martínez? ¡Tanto gusto, señorita! Yo soy Pica-y-huye, “reporter” de "El Animal Independiente". Ya lo sabe usted nuestro primer diario informativo. Y diciendo y haciendo, Pica-y-huye extrajo en seguida un lápiz y un cuaderno, y se dispuso a copiar lo que le contestase la Cucarachita; mientras su compañero el Jején aprestaba la máquina de fotografía.
La Cucarachita no encontraba que contestar. Y todavía fue mayor su sorpresa cuando al día siguiente, pudo leer en las columnas del “Animal Independiente" la entrevista que le había hecho el Pica-y-huye.
El reportaje le valió a Pica-y-huye un aumento de sueldo en el periódico.

En lo que toca a la sensación que produjo, baste decir, que uno de los lectores, el Gato, exclamo en voz alta:

- ¡Caramba! Esto está magnífico. ¡Que muchacha inteligente! ¡Y tan bonita! -agrego al ver el retrato-. Es inteligente, bonita, riquísima. ¡Santo Dios!

Piojo: mi flux nuevo de gabardina gris, mi corbata vino tinto, mi camisa color crema, mis zapatos cortebajos de gamuza blanca, mi bastón de caña de India y mi pitillera de malaquita azul. Quiero estar particularmente bien vestido hoy, porque intento hacer una visita.

El Gato es un aristócrata de vieja cepa, descendiente de antiguos marqueses, pero que a nadie se le escapa que está arruinado, y en busca de una buena dote.
La Cucarachita Martínez gozaba de todas las dulzuras de su reciente prosperidad; pero, al mismo tiempo de todos sus inconvenientes.

-¿Y qué haré yo ahora con mi mediecito? -se repetía, y su interrogación iba adquiriendo un tono siempre mayor de saciedad y de tristeza.

-Viajar le contestó la Golondrina- ... ¡Oh! ¿Puede haber nada tan hermoso como viajar?

La paz, la quietud de un sitio tranquilo y apartado -replicó el Puerco- La verdadera felicidad consiste en el perfecto reposo. Un lugar plácido donde envolverse en la ventura de la paz interior... Eso es lo que se debe buscar.

Toma estado, cásate, Cucarachita Martínez - aconsejó la Gallina- No hay placer más grande que el de sentir una familia en torno suyo...

-¿Y qué haré yo ahora con mi mediecito? –murmuraba, ya casi con lágrimas, la Cucarachita.

-Yo te ofrezco amor; yo soy todo amor, únicamente amor -manifestó el Chivo-. Ven, dame tu mano, enlázate conmigo. Iremos a amamos insaciablemente en todos los parajes en que el amor pueda florecer.

-¡Ay, Chivo, no te creo!

El Gato le ofreció la aristocracia de su alcurnia. ... EI Caballo una existencia de deportes y agitación... El Cucarachero, su pobreza, y con ella pan y cebolla.

-!Ay, no, no! No me decido -decía la Cucarachita. Estaba otra vez a punto de llorar.

Ratón Pérez no prometía nada. Hallábase quieto y callado, mirando a la Cucarachita sin mover ni la punta del rabo, y sus dulces ojos negros transparentaban una resignada melancolía.

-¿Y tú Ratón Pérez, no me ofreces nada?

-Nada Cucarachita Martínez -respondió con un suspiro-. ¿Que podría ofrecerte? Hubiera sido para mí un sueño maravilloso casarme contigo y estar todos los días, todas las horas, todos los instantes, contemplándote en silencio como ahora. ¡Eres tan bella, Cucarachita Martínez!

El corazoncito de la Cucarachita Martínez latía con premura.

-Ratón Pérez: me voy a casar contigo - anunció de pronto.

De este modo se hicieron prometidos la Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez.

Inmediatamente comenzaron los preparativos para las bodas.

La noche de la fiesta, estaba cálida y serena; el cielo lleno de estrellas. De vez en cuando golpes de brisa mezclaban los perfumes de los jardines próximos y los aromas de los bosques lejanos, confundiéndolos.

La Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez estaban acodados sobre el alféizar de la ventana.

-¿Me quieres?
-Sí, te quiero mucho.
-¿Me vas a querer para siempre?
-Eternamente.
-¿No vas a querer nunca a ninguna otra?
-No tengo ojos más que para mirarte a ti.
-¿Cómo cuánto me quieres?
-Muchísimo.
-¿Como de aquí a esas estrellas?
-Sí como de aquí a esas estrellas.

Las estrellas contenían el aliento, escuchándolos.

A sus espaldas, las parejas enlazadas se dejaban arrebatar por la música. -¡Mala señal! Matrimonio bailado es matrimonio desgraciado -anunció con voz sibilante la Nigua.

Llegó la hora de la cena, y el chocolate fue puesto a hervir en una enorme olla. Misia Rata lo batía vigorosamente con el molinillo.

-¡Qué rico está! -murmuraba el Ratón Pérez, inclinándose al borde del envase, mientras su naricita olfateaba con delicia el espeso aroma que emanaba del líquido apetitoso y humeante.

-¡Cuidado! -gritó de pronto la Cucarachita.

-¡Cuidado! -repitieron en coro todos los animales próximos volviendo la cara al oír la exclamación.

Era demasiado tarde. Ratón Pérez se había inclinado con exceso sobre el recipiente. Quizás los pesados vapores lo marearon al envolverlo. Púsose pálido de repente; vaciló; quiso agarrarse del borde de la olla, que estaba tan caliente que lo quemó; tambaleóse, y se desplomó dentro. Su esbelto cuerpo vestido con la levita gris que se había mandado a hacer para sus bodas, flotó por un segundo sobre la hirviente masa, y luego desapareció en sus profundidades.

-¡Ay! -Sollozó la Cucarachita Martínez, y se desmayó.

Mientras el Comején y la Gallineta se ocupaban de ella, haciéndole aspirar de un frasco de sales, Misia Rata trató en vano diversos expedientes para salvar al infeliz.

-¿Qué hará ahora la pobre Cucarachita? -se decían todos.

A pesar de todo, no se desmayó por segunda vez. En medio de la general expectación se levantó lentamente. Requirió para ello el auxilio de Misia Rata y del Ciempiés, quienes se lo dieron de buen grado. Se acercó a la olla, y estuvo mirándola largo rato.

La Cucarachita Martínez se retiró a hacer vida monástica. En lugar de sus galas y sus lacitos azules, vistió oscuros hábitos y empleó su fortuna en obras de misericordia.
Por eso, ustedes la ven sólo muy de cuando en cuando.

Aparece de noche, o al atardecer: siempre en silencio, y siempre en sus tocas pardas, recorre furtivamente caminos solitarios, y se esconde con rapidez cuando la sorprenden miradas extrañas.

Porque el Ratón Pérez se cayó en la olla, y la Cucarachita lo siente y lo llora. ué blandito era ese Tío Morrocoy -murmuró-. Mejor; así el sancocho estará más pronto.

¡Y colorín colora'o este cuento se ha termina'o!

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