“Usted, director(...), usted maestro(...), usted maestra(...), usted profesor(...), tiene que estar pendiente de la integralidad de la formación de sus alumnos, que son como hijos, como hijos todos por igual, sean blancos, negros, ricos, pobres, lo que sean, son los hijos de la patria, hijos de todos nosotros”.
Hugo Chávez, discurso con motivo de los primeros cien días de gobierno, Palacio de Miraflores, Caracas, 13/5/1999.

Dos años de la siembra del Comandante Eterno

“Invito a todos a que pensemos, diseñemos y pongamos en práctica acciones en todos los ámbitos para llenar de fuerza transformadora a la Democracia Revolucionaria”.
Hugo Chávez Frías

Hace ya dos años de la dolorosa partida de nuestro Comandante Presidente, Hugo Chávez Frías, y
si bien a Hugo Rafael lo reconocemos como inductor y gestor del proceso, tal y como él mismo
señaló “Yo no quiero que se hable aquí de chavismo. […] Muchos, tratando de minimizar este
proceso político, de cambio, de revolución, trataron de acuñar el término de chavismo. […] Sería
terrible que de un hombre dependiera el proceso. Sería una degeneración del proceso mismo”. Es
decir, sin participación protagónica del pueblo, no es posible la transformación de la sociedad.

Así pues, teniendo la certeza que la vida permanece, nos hablas en el ejemplo de la gente, nos
seduces e invitas a no abandonar la lucha; desde el convencimiento que la felicidad
constantemente nos susurra que no es plena si no es común; dispongámonos a servirnos una
medida de utopía, buena porción de ánimo y cubitos de esfuerzo diario y brindar en alegría por ti,
nuestro querido Comandante.

Uno de los logros más significativos en el aspecto social que impulsó el Comandante Presidente, fue la creación de la Gran Misión Vivienda Venezuela y el Programa Barrio Nuevo, Barrio Tricolor para transformación de los barrios. De ser territorios inestables físicamente, que ponían en riesgo la vida de sus habitantes, ahora se proyectan como espacios fuertes de convivencia.

En el pasado la brecha de la desigualdad entre pobres y ricos se concebía como infranqueable.Las casas de los cerros se derrumbaban mientras que las de las “colinas”, no. Y no es por problemas de alarifes ya que las casas de cerros y colinas son construidas por el mismo Juan y María Albañil. Eran problemas de improvisación, falta de cálculos estructurales y arquitectónicos, asesoría técnica de ingeniería urbana y baja calidad de los materiales empleados.

En las colinas faltaba el agua un día a la semana, racionamiento programado, comedido y necesario para el ahorro ecológico de tan preciado derecho humano. En los cerros llegaba el agua un día a la semana por lo que los pipotes y baldes constituían injustamente el decorado interno de cocinas, baños y lavanderos.

En los cerros había que “robarse la luz”, en las colinas se paga por el suministro eléctrico. En los cerros hay que subir enésimos escalones individualizados en cuanto a altura y medida de pisada para llevar a casa el mercado, la bombona de gas, los bloques y cemento para ampliar el cuarto o bajar en brazos y a la carrera a la parturienta que ha roto fuente, no sea que para en la escalera. En colinas el vehículo llega hasta la puerta. Eran desigualdades en las alturas de la geografía de una misma patria.

Con la llegada de la Revolución bolivariana y el Comandante Hugo Chávez al frente de ella, llegó el tiempo de repensarse la construcción de los barrios. Ahora bien, hay que hacerlo con el espíritu solidario y humanamente bonito de quienes habitamos los cerros. Pensarse un urbanismo con lugares para el encuentro. Lugares vivos, no estructuras cerradas y exclusivas. Algo que se identifique con la esquina del callejón, o la ampliación de la escalera donde se pueda hacer la fogata ideológica, encaramar el templete en carnaval o quemar a Judas.

Necesitamos paredes que protejan la intimidad familiar pero con ventanas que permitan saludar a quienes compartimos vecindad, viviendas con un porche literario abierto a la calle. Caminerías por las que se pueda bailar al santo, recorrer en procesión con la paradura del niño al ritmo del tobo-tambor y el rallo-charrasca. No queremos el portón eléctrico para encerrar paranoias. Queremos vivir en privacidad lo cual no implica que todos y todas no se metan en nuestras vidas: los logros personales son logros comunales y los duelos se superan si se lloran en colectivo.

No queremos vivir cuidando cosas y casas de lujo. Queremos tener la libertad y felicidad de vivir en tierra firme pero en un barrio bonito. Un barrio que tenga una escuela abierta a la comunidad, con un plan educativo inclusivo e incluyente. Eso sólo es posible en revolución.

Bajo la luz incandescente del presidente Chávez Frías la gente asumió su responsabilidad con la vida y, ganándole a la pasividad destructora, responsabilizó al Estado por sus actos u omisiones y lo puso en evidencia por las agresiones al no garantizar que el derecho a la educación, al trabajo, a la salud y al bienestar sean verdaderos derechos. A partir de la promulgación de la Constitución de la República bolivariana de Venezuela, para las mayorías populares los derechos humanos dejaron de ser privilegios para las escasas minorías. El pueblo reconoció su poder y se puso a trabajar para jalar el futuro y hacer de la utopía una forma de lucha.

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