“Usted, director(...), usted maestro(...), usted maestra(...), usted profesor(...), tiene que estar pendiente de la integralidad de la formación de sus alumnos, que son como hijos, como hijos todos por igual, sean blancos, negros, ricos, pobres, lo que sean, son los hijos de la patria, hijos de todos nosotros”.
Hugo Chávez, discurso con motivo de los primeros cien días de gobierno, Palacio de Miraflores, Caracas, 13/5/1999.

Día Internacional de la Mujer

“Cuando una mujer se rinde es porque ha vencido”
Aldo Camarota

El proyecto de sociedad que tenemos planteado en Venezuela, pasa indiscutiblemente por un reconocimiento de la participación de la mujer en todos los espacios de la vida: doméstico, académico, profesional, económico, cultural, comunitario y político.
El 8 de marzo es una fecha oportuna para hacer balance de las luchas por la igualdad de género y reivindicación de todos sus derechos. Las Naciones Unidas comenzó a celebrar el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo en 1975, Año Internacional de la Mujer. Dos años más tarde, en diciembre de 1977, la Asamblea General adoptó una resolución proclamando un Día de las Naciones Unidas para los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, que los Estados Miembros pueden celebrar cualquier día del año siguiendo su tradición histórica y nacional.

En Venezuela, una de las características de las mujeres es su amor a las plantas. Se podría decir que la mujer venezolana es una mujer jardinera. Pero los jardines que atiende y cuida no son solo los vegetales, también pudiéramos afirmar que es jardinera social.

Por ejemplo, seguramente cualquier mujer, como yo y cualquier humano más o menos corriente, tiene en su casa un cogollito de bromelia dispuesto a la ocupación legítima de otras tierras. Eso por decir lo menos ya que existimos quienes pensamos en bosque y vamos reproduciendo en perolitos plásticos no biodegradables que recogemos en la calle (o se multiplican exponencialmente en las alacenas caseras) arbolitos de pomalaca, aguacate, ponsigué, níspero, guayaba, guanábana que esperan su resolución en pulpa mientras que las flores que tanto en las ramas como las que prontamente se dispersarán a su pie comienzan a tintinear en la imaginación vegetal de araguaneyes, apamates y acacias.

Buscamos la semilla o la estaquita y la sembramos. El primer objetivo es hacer que “prenda” la prodigiosa mata y así comienza la relación amorosa de la planta con nuestros ojos. Al principio la mirada está ausente de novedades. Luego, como en todo proceso formativo, comienzan a verse los progresos. Un retoño inaugura la esperanza y la mirada afina su destreza de observación; ya no solamente se ve las líneas generales del tema sino que se interpretan los matices. A medida que se aprende a mirar, la planta docente cambia y crece ante los ojos ávidos de enseñanza.

Hay que garantizar el crecimiento de la mata. No sirve de nada aprender si se tiene como destino una muerte súbita por sequía organizativa. Por eso hay que escoger el mejor sistema de riego: por aspersión, por goteo, continuo, abundante, discreto. La elección no depende del capricho preferencial de quien organiza sino de la naturaleza y necesidades de quien está en crecimiento. Por ello quien pretende organizar debe hacerlo con el oído pegado a las bases para escuchar el movimiento interno de las raíces.

Tenemos también que desmalezar y fumigar. Siempre habrá alguna mala hierba, hongos, parásitos y otras plagas que quieran acabar con el árbol. La envidia del futuro ajeno, del buen vivir explayado bajo el cielo, de la generosidad sin rejas de las copas puede incluso mimetizarse cual tiña y chuparse todo el alimento. Hay que afinar también entonces el ojo contralor.
En las instituciones educativas las mujeres se crecen como jardineras: siembran, forman, riegan, organizan, desmalezan, fumigan, erradican los vicios, la corrupción y la impunidad.

La mujer venezolana es guerrera y resistente y también tierna y sutil. Sabe que hay texturas innombrables escondidas en los bolsillos de las trinitarias que esperan el breve toque de sus manos para convertirse en bengalas. Sabe que debe alejarse del agua estancada de los imbéciles, del sigilo de las serpientes. Reconoce que el tiempo no cesa deteniendo las manecillas del reloj ni tampoco transcurre más rápido si trata de apurarlo. Tal y como decía el maestro Paulo Freire, la mujer venezolana sabe ser pacientemente impaciente.

Es por ello que este próximo 8 de marzo en el que celebramos el Día Internacional de la Mujer, construyamos un soneto para guarecernos. Que una glosa cosida con la colcha de retazos de nuestras amistades más fieles nos cobije. Vamos a firmar la independencia de lastres con la tinta de sudores mezclados; vamos a sellarla con la luz de nuestra hermosa bandera y cabalguemos a lomos de nuestro brioso caballo blanco de la libertad. No puede haber verdadera revolución si no revolucionamos nuestra conciencia de género y buscamos la igualdad entre nuestras diferencias.

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