“Usted, director(...), usted maestro(...), usted maestra(...), usted profesor(...), tiene que estar pendiente de la integralidad de la formación de sus alumnos, que son como hijos, como hijos todos por igual, sean blancos, negros, ricos, pobres, lo que sean, son los hijos de la patria, hijos de todos nosotros”.
Hugo Chávez, discurso con motivo de los primeros cien días de gobierno, Palacio de Miraflores, Caracas, 13/5/1999.

Día Internacional de la no violencia contra la mujer

Sabemos lo largo y duro que es el camino hacia la equidad pero estamos dispuestas a luchar hasta vencer.

Es el 25 de noviembre: Día Internacional de la No violencia contra la mujer. Un silencio universal precede la interpretación sinfónica. La calma es tal que se escucha hasta el más sordo cambio de posición. Cientos de ojos recorren la elipse orquestal prediciendo el tono y contenido del discurso de cada uno de sus componentes, registran el nerviosismo de los dedos trémulos o la seguridad que brinda la maestría.

A un costado se halla una mujer herida con el instrumento entre las piernas aguardando una señal que le permita iniciar su pronunciamiento. Siente el peso de una parte de la sociedad a su espalda mientras el resto la observa inmutable. El patriarcado toma sus mandatos de género cual batuta y androcéntricamente dirige el protagonismo de violines y clarinetes fuertes, agresivos, atrevidos. Arrogantes, ellos permiten ser acompañados por violas y cellos siempre y cuando ellas sean reforzadas siempre por los contrabajos que las escoltan.
La mujer herida grita pero nadie la escucha en medio del estruendo de normas y costumbres que redoblan. Se desespera ante el apuntillar estridente del triángulo padre-hermano-marido quienes cada uno es su tiempo y a su modo le recuerda que su canto debe sumirse al claustro.
No hay crueldad mayor que la de las voces femeninas: alegres castañuelas, amigas que bailan cogidas del brazo; amenas y agudas flautas madre-hermana-tía-maestra quienes ante cada queja encuentran argumentos de defensa del hombre a quien creen deberse. Me golpeó. Su razón tendría. Me forzó sexualmente. Complacerlo es tu obligación. Destruyó mis cosas. Son suyas, por algo se dice bienes patrimoniales. Me acosó. ¿Por qué le provocaste?

Es hora de romper el silencio y denunciar la violencia que nos somete a nosotras . Nosotras, las que visitamos hospitales y morgues en busca de información sobre nuestros hombres: los que salieron a trabajar y no volvieron tras ser víctimas de un atraco en la buseta; que estaban frente a la casa o en una fiesta y recibieron unos disparos; que caminaban por la calle o estaban con unos amigos y se los llevó la Policía; que regresaban del liceo y no se supo más de ellos. Nosotras, que lloramos a nuestros hijos, compañeros, hermanos que están en las cárceles cumpliendo la sentencia que les impuso la vida al nacer pobres.

Nosotras, pertenecientes a las naciones indígenas del planeta, sometidas al escarnio público en las plazas, maltratadas y humilladas en las instituciones públicas o privadas; imputadas espúrea y permanentemente por narcotráfico o prostitución. Las sometidas a la exclusión sistemática con un eufemismo de educación intercultural bilingüe: podemos hablar nuestra lengua, realizar nuestras artesanías, aplicar nuestras leyes, practicar nuestras creencias mientras estemos en nuestros territorios; pero no sabemos de ninguna escuela no-indígena que eduque bajo estos criterios.

Nosotras, las afrodescendientes, afrovenezolanas y negras, las sabias del mundo, llamadas iletradas en el mejor de los casos, brutas en la mayoría de ellos. Las que somos obviadas por intelectuales de academia a no ser que constituyamos un focus group para tendenciosos cultural studies cuyos resultados de investigación sirven para que ellos culminen su trabajo de ascenso. Las insultadas en cada certamen de belleza, las que no cabemos en medidas de miss, las que tenemos «pelo malo», de las que se dice que sólo sabemos menear las caderas al toque del tambor; nosotras el tema de chistes machistas, el objeto de los calendarios y otras publicaciones soeces, las que fuimos utilizadas, maltratadas, menospreciadas.

Son voces en tonos mayores y menores con algunos bemoles que han acompañado la rapsodia de la historia. Pero ya no más. La mujer herida se pone de pie, hace un lado atril y partitura y ofrece su propia interpretación del mundo. Y no hay quien detenga esta coda afinada que da fin al movimiento que venía clásicamente desigual.

Fuente: EfemeridesHoy (Viceministerio de Comunidades Educativas y Unión con el Pueblo)

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